Los Permisos que nos Negamos

 

Los Permisos que nos Negamos

Escrito por M. A. Angela Méndez


Como hemos estado analizando en estas últimas dos entradas, desde pequeños empezamos a ser condicionados para ser de cierta forma, pero como daño colateral surge también en nosotros una estructura que se vuelve rígida y exigente, y esa parte es la que como una madre o padre castigador nos niega permisos si es que no nos los hemos ganado. Ese tema exploraremos en esta entrada.


Como una madre o padre castigador nos niega permisos si es que no nos los hemos ganado.

Resulta que al haber sido condicionados por el ambiente para cumplir ciertas expectativas o estándares, se nos premiaba cuando lográbamos alcanzar el primer lugar, sacar buenas notas, recitar de memoria cierto texto, etc. a veces de forma material y otras con reconocimiento, atención o mimos, que finalmente era en realidad lo que más peso tenía, pero existía la contraparte, cuando no lo lográbamos y entonces no recibíamos esa atención que tanto deseábamos o las muestras de afecto de nuestros padres; por lo que el mensaje en realidad era “si logras X o Y cosas mereces cosas buenas, atención o afecto, de lo contrario NO”.

No recibíamos esa atención que tanto deseábamos o las muestras de afecto. 

Así que dentro de nosotros esa estructura rígida de la que les hablé se formó así, sintiendo que si no somos como “debemos de ser o hacemos lo que debemos hacer” no nos merecemos nada. Vamos entonces por la vida negándonos desde cosas pequeñas como el tiempo para sentarme tranquilamente por unos minutos a comer o la pausa para utilizar el sanitario porque no hemos terminado el trabajo que “debimos haber terminado ya” o porque yo mismo (a) me establecí un horario para realizar determinada actividad y tampoco he terminado. Eso en el caso de las cosas pequeñas, pero esto se generaliza a todo, nos negamos el descansar, si tenemos tiempo en nuestro día tratamos de llenarlo de cualquier actividad para sentir que no es que estemos descansando porque eso nos hace sentir culpables y esto no quiere decir que no parezca que estamos allí sentados tal vez perdiendo el tiempo desde fuera, pero resulta que nuestra mente no para, seguimos planeando, organizando, pensando, etc. porque si de verdad paramos es cuando surge el profundo sentimiento de culpa. Tampoco nos damos permiso de desacelerarnos, vivimos con prisa y cuando podemos hacer las cosas con más calma no tomamos la oportunidad, sino que seguimos a mil por hora y si estamos enfermos tampoco nos permitimos al menos bajarle al ritmo, sino seguimos pidiéndole a un cuerpo cansado que rinda como que si nada pasara.


Porque no hemos terminado el trabajo que “debimos haber terminado ya”.

Finalmente llega el momento del colapso, o tenemos ese colapso de forma emocional explotando de una u otra manera o de forma física, enfermando seriamente para que entonces no nos quede más que detenernos, descansar, reflexionar y en el mejor de los casos cambiar. En otros casos pues el cambio no se dará y el ciclo volverá a empezar hasta el nuevo colapso. ¿Qué sentido tiene? Ninguno. Por qué no escoger vivir una vida en la que me merezco mi propia atención y autocuidado porque soy, porque existo, porque valgo y ese es suficiente motivo.


Merezco mi propia atención y autocuidado porque soy.

Comentarios

Lo más visitado

Y la Vida me Agarró a Patadas